El Descubrimiento 
Jesús Moraes 
 
El descubrimiento

El 25 de Febrero de 1969, después de una tormenta furiosa y una lluvia maciza, amaneció en el puerto de Bella Unión un arca destartalada y milenaria. Dalmacio Moreira, que amanecía en el río tirando las redes, la descubrió mucho antes que rayara el alba. Permaneció en la escollera hasta que las primeras luces le confirmaron la sospecha de estar ante la embarcación de la historia sagrada. Se santiguó ante el hallazgo y se fue lleno de alegría a contarle al cura el descubrimiento.
-No sea ridículo -dijo el cura ofuscado -y no confunda retreta con serenata.
-Por Dios se lo juro padre -contestó apresurado Dalmacio.
-No jure en vano. -replicó el sacerdote en tono grave.
-¡Pero el Arca está en la escollera y va a encallar en el barro!, -suplicó Dalmacio al borde de las lágrimas.
-¡Eso no es asunto suyo! -gritó el sacerdote.
-Santo cielo, -murmuró Dalmacio- en que lío me estoy metiendo.

Se disculpó mirando hacia el suelo y se retiró en silencio ahogado por la culpa de haberse inmiscuido quien sabe en que clase de sacrilegios. En realidad, el cura había logrado hacerlo dudar y bajó nuevamente hasta el río profundamente apenado. Se le encendió el corazón de alegría al llegar al lugar donde se encontraba el arca. Desde la piedra alta divisó con nitidez la punta de la quilla de la rústica embarcación fondeada a escasos metros de la costa. De puertas y ventanas herméticamente cerradas, se mecía suavemente a los dos costados del agua.
-¡Que lo parió!, -se dijo Dalmacio sacudiendo la cabeza -no entendió un carajo y se puso más duro que una piedra. No importa -añadió- voy a denunciar este descubrimiento al capitán Ruperto. Dalmacio se sonrío antes de girar el cuerpo y darle la espalda al río. Subió la pendiente de la costanera y se encaminó al cuartel de la prefectura naval. Caminaba ligero y con la cabeza en alto absolutamente convencido de dirigirse esta vez a quien debiera haberlo hecho desde un principio. Al llegar, solicitó audiencia con el capitán de fragata, Ruperto Gallegos Moravia.

El capitán lo recibió en un despacho empapelado donde colgaban ilustraciones de antiguas embarcaciones, luchando contra vientos y mareas. Dalmacio quedó encantado con esas ilustraciones, pero no dijo nada, se limitó a anunciar el motivo de su visita:
-Vine a denunciar la aparición del Arca. -dijo con la naturalidad mas grande del mundo. Tenía los ojos brillantes y la boca de oreja a oreja.

-¿El arca? -respondió soprendido el capitán- ¿Pero de qué arca me está hablando?
-La del diluvio capitán, amaneció esta madrugada al costado de la escollera.
-¡Don Dalmacio! ¿Por qué no se deja de joder? Usted es un hombre bueno, nosotros sabemos que es así. Le gusta el vino tinto y a veces se pasa, pero no me venga con historias raras.
-Pero mire que es cierto capitán.
-Don Dalmacio, -dijo el capitán en tono condescendiente- los partes diarios de la ronda nocturna nada dicen de esa novedad que usted informa.
-¿Tal vez no la descubrieron?
-No no, es que si empiezan con esos descubrimientos los arresto a pan y agua y le aseguro que nunca más vuelven a ver cosas extrañas.
-¡La puta!, -se quejó Dalmacio- qué rigor.

Se encogió de hombros y arrugó la frente de tristeza. Saludó muy compungido y se retiró de cara larga murmurando palabras sin aliento. Agobiado por la incomprensión que sufría, se volvió empecinado a la costa del río para confirmar la realidad de lo que estaba diciendo. Al llegar, comprobó que efectivamente el arca permanecía en el mismo lugar, balanceándose como la había descubierto en las primeras horas de la madrugada. Se sentó en una roca a observarla y se quedó maravillado mirando. Imaginó su esqueleto de madera resinosa y el costillar de la bodega en algarrobo tallado. El arca estaba cubierta por una costra de algas y sales calcáreas que formaban un sarro verde grisáceo en la superficie exterior de la nave. En la parte superior, se recortaba un alcázar con techo de dos aguas, recubierto por una malla de rémoras y una selva de camalotes con flores blancas. La brisa de la costa se había impregnado con el sabor a mariscos de la transpiración del arca. Un tufo sofocante a centollas y a calamares se mezclaba con el olor del limo de río. Dalmacio respiraba el perfume del aire sin dejar de ilusionarse con todos los océanos y todos los mares que le habían dejado su aroma a la antigua barca. Perdió la noción de las horas contemplando el esplendor y la hermosura del laberíntico tatuaje que lucía la piel del arca. Reconoció la exuberancia de los tiempos mas remotos en el entretejido de arcilla, los matorrales acuáticos, y el universo de crustáceos adheridos a la cubierta. Cuando el sol comenzó a ocultarse y el río se tiñó de sangre, advirtió que de un costado de la embarcación se abrió una ventana. El arca ya había perdido la tonalidad de los verdes claros, y ahora primaba el escarlata, el terracota y el violeta sobre esas paredes escarpadas que se tornaban cada vez más oscuras. La ventana se dibujaba en el resplandor tembloroso de un candil que ardía en el interior de la nave. Por fin se asomó un hombre con tricornio de almirante y lo llamó con la autoridad del patriarca de todas las aguas:
-Don Dalmacio, venga.
Dalmacio se sacó la ropa, se quitó los zapatos y los apretó con una roca. Nadó hasta el arca con prisa. Al llegar, el viejo timonero le tendió una cuerda anudada y Dalmacio ingresó sin dificultades al interior de la nave. "Nadie me pudo creer hermano".-Dijo Dalmacio-chorreando agua por todo su cuerpo.

-No se afli

Movió una polea y subieron las pesas que fondeaban la nave. Esta se empezó a desplazar lentamente a favor de la corriente. La lluvia se volvió a desatar con furia y crecieron las aguas y aumentó la corriente que arrastraba el arca. Al otro día, revisando los partes de la guardia nocturna, el Capitán se enteró que en la orilla del río se había encontrado la ropa, los zapatos y los documentos del pescador Dalmacio Moreira.
-¡Puta madre! -gritó el capitán con el parte en la mano- Yo sabía que este viejo iba a hacer una cagada.

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