El Descubrimiento 
Jesús Moraes 
 
El Doctor Morales

Cuando el doctor Morales llegó a Paso Farías nunca sospechó que se volvería a encontrar con el "Perro Martínez".

Bajó en la estación como un ilustre desconocido y contrató a los hijos del negro Octavio, que tenían un carro tirado por mulas blancas.

Cargaron su equipaje compuesto de baúles enormes y entraron por la calle de la viuda de Honório.

Cuando llegaron a la pensión de Artemio Grajales, las calles estaban desiertas por el calor del mediodía, pero todo el vencindario vió el carruaje del negro Octavio transportar esa mudanza. Más atrás, caminaba el recién llegado y sus cuatro hijos como acompañando un cortejo. Era un hombre maduro, que venía de la capital del Departamento a ejercer la medicina en el campo. Se había quedado viudo hacia unos meses y se cambió de pueblo para olvidar su tristeza. Sólo el Perro Martínez arrugó la frente cuando se enteró de la presencia del médico en el paraje, pero nunca dijo nada, se limitó a guardar silencio sin mostrar los dientes a nadie.

Pilar Ramírez, que vivía metida en la sacristía de la iglesia, hizo correr la noticia por la nave del templo y como reguero de pólvora se supo en la comarca, que al fin Paso Farias tendría un médico.

Ernestina, organizó una recepción en la capilla Santa Magdalena. La primera en hacer uso de la palabra fue Corina Barreto y agradeció a todos los santos la presencia de un apóstol de los enfermos. Le siguió en el uso de la palabra Don Hilario Moraes, que había donado cuatro gallinas para la bienvenida del médico. Don Hilario fue muy breve. Dijo: "La peste más grande de Paso Farias son las lagartas que atacan los maizales". Después de un gesto típico de Don Hilario, una mezcla de resignación e incertidumbre que expresaba en la cara y en la reiteración con que se refregaba las manos, añadió : "Ahora sí estamos del otro lado" y se quedó sin palabras. La gente aplaudió entusiasmada. Se acercó al doctor Morales y lo estrechó en un abrazo de bienvenida. Fue en ese momento que se sirvió el clericó y la gente celebró con alegría la llegada del profesional a la villa. Por fin le llegó la hora de decir unas palabras al homenajeado. Morales habló del juramento de los médicos. De los peligros de la sífilis y de la epidemia del cólera. De la diarrea infantil en las aldeas del norte. De la siniestra vinchuca metida en la propia vivienda de los enfermos. Y del peligro de hidatidosis con los perros del campo.

Ni una mosca volaba mientras hablaba el galeno, apenas la respiración del cura obraba como telón de fondo al discurso ilustrado del doctor Morales. Cuando terminó de hablar, levantó en sus brazos a un hijo de la negra Casilda, le besó las motas que blanqueaban de liendres y dijo: "La salud de los niños Dios mío, la salud de los niños..." y sacudió la cabeza extenuado como bien conciente de las dificultades de su empresa. El pequeño rompió a llorar en los brazos de aquel hombre extraño que lo tenía suspendido en el aire. La gente volvió a aplaudir entusiasmada. El Perro Martínez, que hacia horas estaba borracho, se acercó con la violencia de un caballo y le quitó el chico de los brazos y sin decir ni una palabra durmió de un puñetazo al homenajeado. Lo sacaron en el aire al Perro Martínez y Gregorio Barrientos lo descalabró de un culatazo en la entrada del calabozo. Nunca más se volvió a meter con nadie, pero cuando el comisario lo interrogó sobre ese agravio sin motivos, el respondió con cara de cordero degollado : "El alcohol, comisario, el alcohol", y sacudió la cabeza con el mismo gesto de impotencia que se le había grabado en el rostro hacía más de veinte años al perder su mujer en un torrente de sangre, en un barrio mugriento y sin alumbrado donde hacía los abortos el doctor Morales.

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