El Descubrimiento 
Jesús Moraes 
 
Octubre

A las tres de la tarde decidimos partir rumbo a la ciudad del fuego. Ignorábamos el tiempo que nos llevaría atravesar el poblado y desembocar en el umbral del desierto.

-Esto no será fácil -dije a Miryan con esperanza que se echara atrás y desistiera.
-Aunque la vida me cueste -contestó sin titubeos. Después me tomó del brazo y salimos a la calle rumbo a lo desconocido. Afuera el sol derretía el asfalto y una cigarra chirriaba en un árbol sin hojas. A esa hora estaban desiertas las calles del pueblo. Ni un alma cruzamos en la Avenida de los Vientos.
-La gente vive muriendo -murmuré sin esperar respuestas.
-¡Al cuerno con los muertos! -gritó irritada.

Yo estaba convencido que esa agresividad se debía a la necesidad de canalizar el temor que soportabamos.

-Temor tendrán los enfermos.
Replicó ofuscada, pero yo no me di por aludido con esa frase, aunque fue enorme el esfuerzo para no evidenciar mi sorpresa al constatar que leía mis pensamientos. En ese momento Miryan perdió un zapato en el asfalto, pero este se había soldado a la calle y fueron imposible mis esfuerzos por arrancarlo.
-Tendrás que abandonar el calzado -dije con resignación.
-Muy bien -respondió en el mismo tono- pero vos también continuarás descalzo. Así pues, me senté en el cordón de la vereda, y me quité los zapatos de mala gana. Miryan sonrió complacida y extendió los brazos para ayudar a incorporarme. De pie, la tomé por la cintura y recorrí su cuerpo con las dos manos. Tenía la piel húmeda y la sal de su transpiración me quedó en la garganta. De un sobresalto Miryan se soltó y dijo muy seria:
-No sigas -y añadió- todos ustedes son iguales. Nos tomamos de la mano y retomamos la marcha. Mas tarde me miró con ternura y dijo:
-No confundas el sol de enero con el sol de octubre.
-Pero estamos en enero -aclaré sin entender a que se refería.
-No importa -insistió- en todos los tiempos se oculta el mes de octubre.
-Comprendo -respondí- te refieres al fuego tibio de la madrugada.
-Sí claro -contesto- y las orquídeas no lo olvides.
-Pero una cosa -acoté- la única forma de soportar el verano es asimilando el sol que respiramos.
-Es verdad -agrego soltándome la mano- pero no creas que eres tu que juegas con fuego, es el fuego que juega contigo.
-Puede ser -reconocí- y continuamos caminando en silencio.

En realidad se hacía bastante complicado caminar con las medias embadurnadas. Disminuimos la marcha y continuamos avanzando más despacio. A los extremos de la avenida el sol dibujaba un lago en la calle, yo le comenté a Miryan que eran espejismos esos fenómenos acuáticos que veíamos en la calle. Pero ella veía cisnes de cuello negro y peces de todos los colores en esos estanques. Lloró de dolor cuando supo que yo no veía esos animales que la cautivaban.

-Sos un poeta de mala muerte, -gritó con la voz cortada y los ojos crispados de rabia:
-Tal vez -admití- para no entrar a discutir nuevamente.
En eso vimos un caballo blanco y una mujer desnuda que bajaba de un árbol.
-Esa es mi madre -dije a Miryan- todos los días baja hasta el río a parir un pez en el agua.
-¿Tiene amantes? preguntó Miryan con los ojos entrecerrados y con la voz cortante.
-¡Miles! -respondí sin la mas mínima duda.
-Y tu padre?
-Mi padre se llama Rafael Bustamante, pero le perdimos el rastro hace muchos años. Dicen que se fue con el último circo cuando cayó en la cuenta que jamás olvidaría a mi madre.
-¡Que bueno! -exclamó excitada- Lograr ausentarse en esas circunstancias es extraordinario.
-No creas, los amantes de mi madre tienen terror que regrese. Y no pueden quitarse de encima el convidado de piedra. Aun en sueños se les presenta el fantasma que nunca se ha ido.
-No importa. No deja de ser bellísimo el modo de estar presente a través de su ausencia.
-Vamos, eso es el consuelo que les queda a los inocentes.
-¿A vos quién te dijo que los inocentes tienen consuelo?
-Lo leí en el libro de Job -respondí con la voz trémula y sin poder disimular las dudas que me provocaba sus cuestionamientos.¡Pero que Job ni ocho cuartos! Pregúntale a tu padre si el circo consuela?

En realidad aquella conversación me empezaba a provocar una angustia que desconocía, y la seguridad con que desarticulaba mis respuestas me resultaba mil veces mas convincente que mis opiniones. Deseaba ponerle fin a ese diálogo que yo sospechaba terminaría revelándome cosas que prefería seguir ignorando. Menos mal que de pronto el caballo relinchó con violencia y desplegó unas alas enormes, y levantó vuelo en un alboroto tremendo. Se agitó un viento fuerte y un torbellino de tierra nos envolvió en un espiral de aire caliente. Resultaba grotesco aquel animal tan grande volando en dirección al sol.

-En la mitología griega se habla de ese caballo -dije para disimular el miedo que me provocaba la bestia con alas.
-Al diablo con tus conocimientos - respondió de mal humor - le arruinas todo el encanto a los misterios.
-No era esa mi intención - dije con tono de excusa y sin convicción. Nos acercamos al lugar donde había estado el caballo. Cuando llegamos, notamos que el animal había estado pegado al suelo y aún permanecían tibios sus cascos adheridos a la tierra.
-Debe ser por el alquitrán que se le quedó entre los vasos.
-No no, -dijo Miryan- es otra cosa pero no explicó el significado que evidentemente conocía de ese detalle. Se quedó fascinada siguiendo con la mirada el vuelo rectilíneo en el cielo. Cuando desapareció en el resplandor del fuego, y una lluvia de gaviotas muertas empezaron a caer al suelo. Miryan puso la mano derecha sobre mi boca y dijo:
-No se te ocurra decir nada.
Presionó con fuerza sus dedos contra mis labios y arrugué la frente de asombro. Ella advirtió que me resistía a permanecer en silencio entonces volvió a insistir:
-Nada -dijo quitando la mano de los labios -absolutamente nada- y comenzó a besarme con furia. Rodamos por la pendiente de una colina, y nos amamos al rayo del sol que abrazaba la tierra hasta que la desnudez de la noche nos cubrió de sombras.
-¿En que mes estamos? -preguntó al despertar.
-En octubre -contesté sin abrir los ojos.
-¡Llegamos! -fue lo último que dijo Miryan antes que las lenguas de fuego se volvieran a levantar en el cielo y la humedad de una bruma de orquídeas impregnara el silencio del desierto.

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