El Descubrimiento 
Jesús Moraes 
 
El temporal de Santa Rosa

Esa noche, la luna se hizo con agua y desde ese martes no cesó de llover. La avenida principal amaneció hirviendo de peces y una fauna de bañados se instaló definitivamente en la plaza. Un griterío de grullas, un alboroto de gallinetas y un escándalo de cerdos salvajes llenaron de ruidos un pueblo acorralado por los truenos y el agua.

Tormentas furiosas, lluvias mansas y lloviznas espesas alternaron sin tregua en el mayor vendaval conocido hasta entonces. Viejos agricultores confesaron asistir al siniestro mas virulento en la historia de los temporales. Contemplaban sin consuelo sus predios de tierra fértil, sepultados por el agua y convertidos en lagunas extensas, tajamares inmensos y estanques de aguas profundas. Se les ha ido el mes de septiembre sin plantar un triste mastuerzo y los almácigos de agosto se llenaron de sanguijuelas, renacuajos, y piojos del agua. Cañadas inofensivas arrasaron con vacas lecheras, yeguas madrinas, y potrillos ariscos. El arroyo Quita Calzones, invadió el cementerio y sólo la cruz mayor, se quedó asomando en un mar de aguas furiosas.

Miles de sepulcros fueron revueltos por el agua y arrastrados hasta el fondo turbio de un riacho desbordado. Un sin fin de ataúdes vacios, emergieron del agua, mientras el lecho del río cuajaba en un magma de huesos humanos. Los féretros flotando, evocaron en el cura, el cesto de mimbre calafateado con un niño recién nacido.

Meditó con horror la evocación de esta imagen y aplicó el método de los contrario para interpretar los signos del presente. Finalmente, se derrumbó en una crisis de llanto y se llamó a silencio en virtud de los datos revelados. Pero ese domingo, predicó en una lúgubre celebración religiosa:"La historia gira sobre el eje de la sangre y reitera la masacre de las víctimas inocentes". Nadie logró descifrar ese mensaje, ni mucho menos establecer el vínculo con los acontecimientos del río. Acusaron al sacerdote de mal agüero, de padecer delirios, de estar fuera de la realidad, y amenazaron con abandonar la iglesia si continuaba asustando a la gente. "Son signos de los tiempos", -suplicó el cura, pero sus fieles ya habían optado por no escucharlo.

Sin embargo, la humedad desató una epidemia de muertes súbitas a raíz de la gripe, el tifus, la congestión pulmonar, el cólera y el pasmo de lluvia. Se morían por lotes, por barrios, por generaciones enteras de la noche a la mañana. Miles de cadáveres se arrojaron al Itacumbú, a la Zanja Fuentes, al Ñaquiñá, y al Yucutujá. El método de las sepulturas hídricas, que en un principio fue un recurso de la desesperación y la brutalidad de los hombres, terminó por convertirse en un ritual sofisticado ni bien tomaron cartas en el asunto las mujeres. Ungían los cuerpos en aceite de bacalao, cosían sus labios para evitar que los cangrejos anidaran bajo su lengua, y bordaban con escamas de plomo pesadas mortajas articuladas, para sumergir en aguas profundas los restos de sus muertos.

En realidad, la única funeraria se habia quedado sin cajones, sin flores de papel violeta, sin velas y sin la más mínima voluntad de levantar capillas ardientes ante el asedio torrencial de la muerte en el pueblo.

El templo, construido sobre la "Meseta de los Indios", se convirtió en el único refugio de los inundados. El cura, jamás logró acostumbrarse a celebrar la liturgia de las horas frente a un público profano, de notoria conducta pagana y evidentes apetitos desordenados.

-No creáis que toda agua os lava -dijo al iniciar un sermón que buscaba convertir el corazón de los inundados. Pero un rayo rajó el velo del templo y el cura bajó del púlpito desconsolado.

Don Pascual de los Santos, acostumbrado a tropear ganado, bajo las tormentas brutales de la primavera, se acercó al sacerdote y dijo sin ocultar el asombro: -¡Padre!- y bajó aún más la voz- ¡Ha llovido más sangre que agua! -¡Dios mío!, -murmuró el sacerdote, y añadió- un enigma muy difícil. Entonces Pascual de los Santos, lo invitó a tomar aire en el pórtico y tomó entre sus manos un puñado de lodo, amasó con cuidado la pasta demasiado blanda y dijo:
-Vea como se hace una paloma de tierra -y modeló la arcilla con la agilidad de un alfarero. Al terminar, orientó la pieza con el pico hacia el sur, acercó los labios y soplo con los ojos cerrados. El animal aleteo entre sus dedos y levantó vuelo en el cielo escarpado.
-¿Regresará? -interrogó lleno de ansiedad el sacerdote.
-¡Con una rama de olivo! -Confirmó Pascual de los Santos mientras el arcoiris se dibujó espléndido en el vértice del cielo y las aguas comenzaron a retirarse por la arteria de las rocas, junto a los coágulos del limo que empezaban a cuartearse y el aroma penetrante de la sangre en el barro.

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